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Oficina del Secretario de Prensa
16 de abril de 2008
Declaraciones del Presidente Bush y Su Santidad El Papa Benedicto XVI en la Ceremonia de Llegada
South Lawn
10:38 A.M. EDT
PRESIDENTE BUSH: Santo Padre, para Laura y para mí es un privilegio contar con su presencia aquí en la Casa Blanca. Le damos la bienvenida con las antiguas palabras expresadas por San Agustín: "Pax Tecum". Que la paz esté con usted.
Ha decidido visitar Estados Unidos en su cumpleaños. Bueno, los cumpleaños tradicionalmente se pasan con amigos cercanos, por lo que toda nuestra nación se conmueve y se siente honrada de que haya decidido compartir este día especial con nosotros. Le deseamos mucha salud y felicidad… hoy y durante muchos años más. (Aplausos.)
Éste es su primer viaje a Estados Unidos desde que ascendió al Trono de San Pedro. Visitará dos de nuestras principales ciudades y se reunirá con innumerables estadounidenses, entre ellos muchos que han viajado de un extremo del país al otro para verlo y participar en el júbilo de esta visita. Acá en Estados Unidos encontrará una nación dedicada a la oración. Todos los días, millones de nuestros ciudadanos invocan de rodillas a nuestro Creador, en busca de Su gracia y agradecidos por las muchas bendiciones que nos concede. Millones de estadounidenses han estado rezando por su visita y millones están deseosos de orar con usted esta semana.
Aquí en Estados Unidos encontrará una nación imbuida de compasión. Los estadounidenses creen que la manera en que tratamos a los más débiles y los más vulnerables entre nosotros es la manera de calibrar a una sociedad libre. Por lo tanto, todos los días, ciudadanos en todo Estados Unidos responden al llamado universal de alimentar a los hambrientos y reconfortar a los enfermos y cuidar a los discapacitados. Todos los días en todo el mundo, Estados Unidos se esfuerza por erradicar las enfermedades, aliviar la pobreza, promover la paz y llevar la luz de la esperanza a lugares aún envueltos en las tinieblas de la tiranía y la desesperanza.
Aquí en Estados Unidos encontrará una nación que acoge el papel de la religión en la plaza pública. Cuando nuestros fundadores declararon la independencia de nuestra nación, apoyaron sus argumentos apelando a "las leyes de la naturaleza y al Dios de esa naturaleza". Creemos en la libertad religiosa. También creemos que el amor por la libertad y un código moral común están grabados en todos los corazones humanos, y que éstos constituyen la base firme sobre la cual se debe forjar toda sociedad libre.
Aquí en Estados Unidos encontrará una nación que es totalmente moderna, pero sin embargo, es guiada por verdades antiguas y eternas. Estados Unidos es el país más innovador, creativo y dinámico de la Tierra… y también es uno de los más religiosos. En nuestra nación, la fe y la razón coexisten en armonía. Éste es uno de los principales atributos de nuestro país y una de las razones por las que nuestro territorio continúa siendo un modelo de esperanza y oportunidades para millones en todo el mundo.
Sobre todo, Santo Padre, encontrará en Estados Unidos personas cuyo corazón está abierto a su mensaje de esperanza. Y Estados Unidos y el mundo necesitan este mensaje. En un mundo donde hay quienes invocan el nombre de Dios para justificar actos de terrorismo y asesinato y odio, necesitamos su mensaje de que "Dios es amor". Y aceptar este amor es la manera más segura de evitar que los hombres "caigan presa de las enseñanzas del fanatismo y el terrorismo".
En un mundo en el que algunos tratan la vida como algo que se puede degradar y descartar, necesitamos su mensaje de que toda vida humana es sagrada y que "cada uno de nosotros es deseado, cada uno de nosotros es amado"… (aplausos)… y su mensaje de que "cada uno de nosotros es deseado, cada uno de nosotros es amado y cada uno es necesario".
En un mundo en el que algunos ya no creen que podemos distinguir simplemente entre lo correcto y lo incorrecto, necesitamos su mensaje para rechazar esta "dictadura del relativismo" y acoger una cultura de justicia y verdad. (Aplausos.)
En un mundo en el que algunos ven la libertad como simplemente el derecho de hacer lo que desean, necesitamos su mensaje de que la verdadera libertad requiere que vivamos nuestra libertad no sólo para beneficio propio, sino "en un espíritu de apoyo mutuo".
Santo Padre, gracias por hacer este viaje a Estados Unidos. Nuestra nación le da la bienvenida. Agradecemos el ejemplo que sienta para el mundo y le pedimos que siempre nos recuerde en sus oraciones. (Aplausos.)
PAPA BENEDICTO XVI: Señor Presidente, gracias por sus corteses palabras de bienvenida en nombre del pueblo de Estados Unidos de Norteamérica. Agradezco profundamente su invitación para visitar este gran país. Mi visita coincide con un momento importante en la vida de la comunidad católica en Estados Unidos: la celebración del 200mo aniversario de la elevación de la diócesis de Baltimore, la primera diócesis del país, a arquidiócesis, y la creación de las sedes de Nueva York, Boston, Filadelfia y Louisville.
Sin embargo, me complace estar aquí como invitado de todos los estadounidenses. Vengo como amigo, como predicador del Evangelio y con gran respeto por esta sociedad vasta y pluralista. Los católicos de Estados Unidos han hecho y continúan haciendo una excelente contribución a la vida de su país. Al iniciar mi visita, confío en que mi presencia será una fuente de renovación y esperanza para la Iglesia en Estados Unidos y afianzará la determinación de los católicos a contribuir con aun más responsabilidad a la vida de esta nación, de la cual se enorgullecen como sus ciudadanos.
Desde el origen de la república, la búsqueda de la libertad por Estados Unidos ha sido guiada por la convicción de que los principios que rigen la vida política y social están íntimamente vinculados a un orden moral basado en el dominio del Dios Creador. Quienes redactaron los documentos de la fundación de esta nación se basaron en esta convicción cuando proclamaron la verdad evidente de que todos los hombres son creados iguales y dotados de derechos inalienables basados en las leyes de la naturaleza y el Dios de esa naturaleza.
El curso de la historia de Estados Unidos demuestra las dificultades, las luchas y la gran determinación intelectual y moral que se requirieron para forjar una sociedad que encarnaba fielmente estos nobles principios. En ese proceso, que forjó el alma de la nación, las creencias religiosas fueron una fuente constante de fortaleza e inspiración, como por ejemplo en la lucha contra la esclavitud y durante el movimiento por los derechos civiles. En nuestros tiempos, también, particularmente en momentos de crisis, los estadounidenses continúan encontrando fortaleza en su compromiso con este patrimonio de ideas y aspiraciones compartidas.
Estoy deseoso de reunirme en los próximos días no sólo con la comunidad católica de Estados Unidos, sino con otras comunidades cristianas y representantes de las muchas tradiciones religiosas presentes en este país. Históricamente, no sólo los católicos sino todos los creyentes han encontrado aquí la libertad de creer en Dios de acuerdo con los dictados de su conciencia, y a la vez ser aceptados como parte de una nación en la que cada grupo individual puede hacer escuchar su voz.
A medida que la nación se enfrente a los cada vez más complejos problemas políticos y éticos de nuestros tiempos, estoy seguro de que el pueblo estadounidense encontrará en sus creencias religiosas una invalorable fuente de comprensión e inspiración para ir en pos de un diálogo razonado, responsable y respetuoso en un esfuerzo por desarrollar una sociedad más humana y libre.
La libertad no es sólo un don, sino una llamada a la responsabilidad personal. Los estadounidenses saben esto por experiencia propia: casi todas las ciudades en este país tienen monumentos en honor de quienes sacrificaron la vida en defensa de la libertad, tanto dentro del país como en el extranjero. La preservación de la libertad exige el cultivo de la virtud, la autodisciplina, el sacrificio por el bien común y un sentido de responsabilidad hacia los menos afortunados. También exige la valentía de participar en la vida cívica y de aportar los más profundos valores y creencias propias al debate público razonado.
En pocas palabras, la libertad siempre es nueva. Es un desafío que cada generación recibe y que debe ganarse constantemente por la causa del bien. Pocos han entendido esto tan claramente como el difunto Papa Juan Pablo II. Al reflexionar sobre la victoria espiritual sobre el totalitarismo en su Polonia natal y en Europa Oriental, nos recordó que la historia nos muestra una y otra vez que "en un mundo sin verdad, los cimientos de la libertad se pierden" y una democracia sin valores puede perder el alma. Esas palabras proféticas en cierto sentido hacen eco de la convicción del Presidente Washington, expresada en su Discurso de Despedida, que la religión y la moral representan "soportes indispensables" de la prosperidad política.
La Iglesia, por su parte, desea contribuir a forjar un mundo cada vez más merecedor de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Está convencida de que la fe arroja nueva luz en todas las cosas, y de que el Evangelio revela la noble vocación y sublime destino de cada hombre y mujer. La fe también nos da la fuerza para responder a nuestra vocación elevada y la esperanza que nos inspira a trabajar por una sociedad cada vez más justa y fraterna. La democracia sólo puede florecer, como lo sabían los fundadores de este país, cuando los líderes políticos y las personas a quienes representan son guiados por la verdad y aportan la sabiduría originada en firmes principios morales al momento de tomar las decisiones que afectan la vida y el futuro de la nación.
Durante mucho más de un siglo, Estados Unidos de Norteamérica ha desempeñado una función importante en la comunidad internacional. El viernes, Dios mediante, tendré el honor de dirigirme a la Organización de Naciones Unidas, donde espero alentar los esfuerzos en marcha por hacer que esa institución sea una voz cada vez más eficaz a favor de las aspiraciones legítimas de todos los pueblos del mundo.
En éste, el 60mo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la necesidad de solidaridad global continúa siendo urgente, si todas las personas han de vivir de la manera que exige su dignidad, como hermanos y hermanas que residen en la misma morada y alrededor de la mesa que la generosidad de Dios ha puesto a disposición de todos Sus hijos. Tradicionalmente, Estados Unidos se ha mostrado generoso al atender necesidades humanas inmediatas, promover el desarrollo y ofrecer socorro a las víctimas de catástrofes naturales. Estoy seguro de que esta inquietud por la gran familia humana continuará expresándose en apoyo a los pacientes esfuerzos de la diplomacia internacional por resolver conflictos y promover el progreso. De esta manera, las próximas generaciones podrán vivir en un mundo donde la verdad, libertad y justicia puedan florecer; un mundo donde la dignidad que Dios nos dio y los derechos humanos de cada hombre, mujer y niño son valorados, protegidos y promovidos eficazmente.
Señor Presidente, estimados amigos, al iniciar mi visita a Estados Unidos, expreso una vez más mi gratitud por su invitación, mi alegría de estar entre ustedes y mis fervientes oraciones para que Dios Todopoderoso reafirme a esta nación y a su pueblo en su búsqueda de justicia, prosperidad y paz. Que Dios bendiga a Estados Unidos. (Aplausos.)
END 10:52 A.M. EDT