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Oficina del Secretario de Prensa
11 de septiembre de 2006

Discurso del Presidente a la Nación
The Oval Office

9:01 P.M. EDT

EL PRESIDENTE: Buenas noches. Hace cinco años, esta fecha -el 11 de septiembre- quedó grabada en la memoria de Estados Unidos. Diecinueve hombres nos atacaron con una crueldad sin par en nuestra historia. Asesinaron a personas de todas las razas, credos y nacionalidades, y le declararon la guerra a todo el mundo libre. Desde ese día, Estados Unidos y sus aliados han tomado la ofensiva en una guerra diferente a cualquiera que hemos librado antes. En la actualidad, estamos más seguros, pero aún no lo estamos del todo. Esta noche solemne, les pido un poco de su tiempo para hablar sobre el carácter de la amenaza aún ante nosotros, lo que estamos haciendo para proteger a nuestra nación y el desarrollo de un Oriente Medio más prometedor que contiene la clave de la paz para Estados Unidos y el mundo.

President George W. Bush addresses the nation from the Oval Office Monday evening, Sept. 11, 2006, marking the fifth anniversary of the attacks of Sept. 11, 2001. President Bush said, "The war against this enemy is more than a military conflict. It is the decisive ideological struggle of the 21st century and the calling of our generation."  White House photo by Eric Draper El 11 de septiembre, nuestra nación vio el rostro de la maldad. Sin embargo, ese terrible día, presenciamos algo inconfundiblemente estadounidense: ciudadanos comunes y corrientes se pusieron a la altura de la ocasión y respondieron con actos de extraordinaria valentía. Vimos valentía en los oficinistas atrapados en los pisos altos de los rascacielos que ardían, y que llamaron a casa para que las últimas palabras a su familia fueran de consuelo y amor. Vimos valentía en los pasajeros a bordo del Vuelo 93, que recitaron el Salmo 23, y luego entraron a la fuerza en la cabina del avión. Y vimos valentía en el personal del Pentágono que salió de las llamas y el humo, para luego volver corriendo para responder a los llamados de ayuda. Hoy, recordamos a los inocentes que perdieron la vida, y rendimos tributo a aquéllos que dieron la vida para que otros pudieran vivir.

Para muchos de nuestros ciudadanos, las heridas de esa mañana aún están frescas. Me reuní con bomberos y policías a quienes se les quebraba la voz al recordar a sus compañeros caídos. Estuve con las familias congregadas en un campo cubierto de hierba en Pensilvania, tristes pero orgullosos de sus seres queridos que se rehusaron a ser víctimas y le brindaron a Estados Unidos nuestra primera victoria en la guerra contra el terrorismo. Y estuve con las madres jóvenes de niños que tienen ahora cinco años, y aún añoran a su papi, que nunca los acurrucará en sus brazos. En medio de este sufrimiento, decidimos honrar a cada hombre y cada mujer que perdimos. Y procuramos su recuerdo perdurable en un mundo más seguro y prometedor.

Desde el horror del 11 de septiembre, hemos aprendido mucho sobre el enemigo. Ahora sabemos que son malvados y matan sin misericordia, mas no sin un propósito. Ahora sabemos que constituyen una red de extremistas a quienes los incita una visión perversa del islamismo, una ideología totalitaria que odia la libertad, rechaza la tolerancia y aborrece toda disensión. Y ahora sabemos que su objetivo es establecer un imperio islámico radical donde las mujeres son prisioneras en sus casas, los hombres son golpeados por faltar al rezo y los terroristas tienen un refugio desde el cual planear y lanzar ataques contra Estados Unidos y otras naciones civilizadas. La guerra contra este enemigo es más que un conflicto militar. Es la lucha ideológica decisiva del siglo XXI y el llamado de nuestra generación.

Nuestra nación está a prueba de una manera que no experimentamos desde la Guerra Fría. Vimos lo que un puñado de nuestros enemigos puede hacer con navajas y boletos de avión. Escuchamos sus amenazas de lanzar incluso más ataques terribles contra nuestro pueblo. Y sabemos que si pudiesen obtener armas de destrucción masiva, las usarían contra nosotros. Enfrentamos a un enemigo resuelto a llevar muerte y sufrimiento a nuestros hogares. Estados Unidos no pidió ser parte de esta guerra, y todos y cada uno de los estadounidenses desean que se acabe. Yo también. Pero la guerra no ha concluido; no concluirá hasta que ya alguien venza, ya sea nosotros o los extremistas. Si no vencemos a estos enemigos ahora, serán nuestros hijos los que se enfrentarán un Oriente Medio dominado por estados terroristas y dictadores radicales armados con armas nucleares. Somos parte de una guerra que determinará el curso de este siglo que apenas comienza y decidirá el destino de millones alrededor del mundo.

Para Estados Unidos, el 11 de septiembre fue más que una tragedia: cambió nuestra manera de ver el mundo. El 11 de septiembre, decidimos que tomaríamos la ofensiva contra nuestros enemigos, y no haríamos distinción alguna entre los terroristas y aquéllos que los protegen o respaldan. Por lo tanto, ayudamos a derrocar al Talibán en Afganistán. Hicimos que al Qaida se batiera en retirada y eliminamos o capturamos a la mayoría de aquéllos que planearon los ataques del 11 de septiembre, incluido el hombre que se cree que fue el cerebro, Khalid Sheik Mohammed. Él y otros presuntos terroristas han sido interrogados por la Agencia Central de Inteligencia (Central Intelligence Agency), y proporcionaron información valiosa que ha ayudado a evitar ataques en Estados Unidos y en todo el mundo. Ahora estos prisioneros han sido transferidos a la Bahía de Guantánamo, para que puedan rendir cuenta de sus actos. Osama bin Laden y otros terroristas aún se esconden. Nuestro mensaje para ellos es claro: No importa cuánto tarde; Estados Unidos los encontrará y los llevaremos ante la justicia.

El 11 de septiembre, aprendimos que Estados Unidos debe hacerles frente a las amenazas antes de que lleguen a nuestras costas, ya sea que vengan de redes terroristas o de estados terroristas. Se me pregunta a menudo por qué estamos en Iraq, si Sadam Husein no fue responsable por los ataques del 11 de septiembre. La respuesta es que el régimen de Sadam Husein era una amenaza clara. Mi gobierno, el Congreso y las Naciones Unidas vieron la amenaza, y después del 11 de septiembre, el régimen de Sadam representaba un peligro que el mundo no podía dejar que continuara. El mundo es más seguro porque Sadam Husein ya no está en el poder. Y ahora el desafío es ayudar al pueblo de Iraq a desarrollar una democracia que haga realidad los sueños de casi 12 millones de iraquíes que acudieron a votar en elecciones libres el pasado diciembre.

Al Qaida y otros extremistas de todo el mundo han ido a Iraq para evitar que surja una sociedad libre en el centro del Oriente Medio. Se han unido a los partidarios que quedaban del régimen de Sadam y otros grupos armados para fomentar la violencia sectaria y hacer que partamos. Nuestros enemigos en Iraq son recios y dedicados, pero también lo son los iraquíes y las fuerzas de la coalición. Nos estamos adaptando para adelantarnos al enemigo, y estamos poniendo en práctica un plan claro para asegurar el éxito de un Iraq democrático.

Estamos entrenando a tropas iraquíes para que puedan defender a su nación. Estamos ayudando al gobierno de unidad de Iraq para que sea más fuerte y trabaje por su pueblo. No partiremos hasta que esta labor haya concluido. Sean cuales sean los errores cometidos en Iraq, el peor error sería pensar que si nos retiramos, los terroristas nos dejarán en paz. No nos dejarán en paz. Nos seguirán. La seguridad de Estados Unidos depende del resultado de la batalla en las calles de Bagdad. Osama Bin Laden llama a esta lucha "la Tercera Guerra Mundial", y dice que la victoria para los terroristas en Iraq significará "la derrota y desgracia" de Estados Unidos "para siempre". Si cedemos Iraq a hombres como Bin Laden, nuestros enemigos se envalentonarán, obtendrán un nuevo refugio, utilizarán los recursos de Iraq para promover su movimiento extremista. No permitiremos que esto suceda. Estados Unidos permanecerá en la lucha. Iraq será una nación libre y un aliado firme en la guerra contra el terrorismo.

Podemos confiar en el éxito de nuestra coalición, porque el pueblo de Iraq ha sido firme ante violencia abominable. Y podemos confiar en la victoria, debido a la capacidad y determinación de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Cada uno de nuestros soldados es voluntario, y desde los ataques del 11 de septiembre, más de 1.6 millones de estadounidenses se han ofrecido para ponerse el uniforme de la nación. En Iraq, Afganistán y otros frentes de la guerra contra el terrorismo, los hombres y mujeres de nuestros servicios armados están haciendo grandes sacrificios para mantenernos seguros. Algunos han sufrido lesiones terribles, y casi 3,000 han dado la vida. Estados Unidos honra su recuerdo. Oramos por sus familias. Y nunca retrocederemos en la labor que iniciaron.

También honramos a aquéllos que trabajan día y noche para mantener nuestro territorio nacional seguro, y les damos las herramientas que necesitan para proteger a nuestro pueblo. Hemos creado el Departamento de Seguridad Nacional. Hemos derrumbado el muro que evitaba que agentes de la ley y de inteligencia intercambiaran información, hemos reforzado la seguridad en nuestros aeropuertos, puertos marítimos y fronteras, y hemos creado programas nuevos para hacerles un seguimiento a las transacciones bancarias y las llamadas telefónicas del enemigo. Gracias a la ardua labor de nuestros profesionales de la ley y de inteligencia, hemos desbaratado células terroristas entre nosotros y salvado vidas estadounidenses.

Cinco años después del 11 de septiembre, nuestros enemigos no han logrado lanzar otro ataque contra nuestro territorio, pero no han perdido el tiempo. Al Qaida y aquéllos inspirados por su ideología de odio han efectuado ataques terroristas en más de dos docenas de naciones. Y apenas el mes pasado, estaban enfrascados en un plan para volar en pedazos aviones de pasajeros camino a Estados Unidos. Siguen decididos a atacar a Estados Unidos y matar a nuestros ciudadanos, y nosotros estamos decididos a detenerlos. Continuaremos dando a los hombres y mujeres que nos protegen todos los recursos y la autoridad legal para realizar su labor.

Los días posteriores a los ataques del 11 de septiembre, prometí usar todos los elementos del poder nacional para combatir a los terroristas dondequiera que los encontráramos. Una de las armas más poderosas en nuestro arsenal es el poder de la libertad. Los terroristas temen la libertad tanto como temen nuestra potencia de fuego. Entran en pánico al ver que un anciano jala la manivela en la máquina de votación, que las niñas se matriculan en la escuela, que las familias rinden culto a Dios según sus propias tradiciones. Saben que si se les da la opción, la gente escogerá la libertad por encima de su ideología extremista. Por lo tanto, su respuesta es luchar contra las fuerzas de la libertad y moderación para negarle a la gente esta opción. Esta lucha ha sido denominada un conflicto entre civilizaciones. Lo cierto es que es una lucha por la civilización. Luchamos para mantener la forma de vida de la que gozan las naciones libres. Y luchamos por la posibilidad de que las personas buenas y decentes en todo el Oriente Medio puedan desarrollar sociedades que se basen en la libertad y la tolerancia y la dignidad personal.

Estamos viendo los primeros combates de esta lucha entre la tiranía y la libertad. Entre tanta violencia, algunos se preguntan si el pueblo del Oriente Medio quiere su libertad, si las fuerzas de la moderación van a prevalecer. Durante sesenta años, estas dudas guiaron nuestra política en el Oriente Medio. Y luego, en una clara mañana de septiembre, fue evidente que la calma que vimos en el Oriente Medio era sólo un espejismo. Los años pasados abocados a promover la paz nos dejaron sin nada. De modo que cambiamos nuestra política y comprometimos la influencia de Estados Unidos en el mundo para fomentar la libertad y la democracia como las grandes alternativas a la represión y el radicalismo.

Con nuestra ayuda, la gente del Oriente Medio está dando los pasos necesarios para reclamar su libertad. Desde Kabul hasta Bagdad y Beirut, hay valientes hombres y mujeres que arriesgan la vida todos los días por gozar de las mismas libertades de las que nosotros disfrutamos. Y la pregunta que nos hacen es: ¿Tenemos la confianza para hacer en el Oriente Medio lo que nuestros padres y abuelos lograron en Europa y Asia? Al respaldar a líderes democráticos y reformistas, al darle una voz a las esperanzas de los hombres y mujeres decentes, ofrecemos un camino opuesto al radicalismo. Y estamos reclutando la fuerza más poderosa a favor de la paz y moderación en el Oriente Medio: El anhelo de millones de ser libres.

En todo el Oriente Medio, los extremistas están luchando para evitar que un futuro tal se haga realidad. Sin embargo, Estados Unidos ya se ha enfrentado a la maldad anteriormente y la hemos vencido, a veces al precio de miles de hombres buenos en una sola batalla. Cuando Franklin Roosevelt juró derrotar a dos enemigos al otro lado de dos océanos, no pudo prever el Día D o Iwo Jima, pero no se hubiera sorprendido del resultado final. Cuando Harry Truman prometió apoyo estadounidense para los pueblos libres que luchaban contra la agresión soviética, no pudo prever la construcción del Muro de Berlín, pero no se hubiera sorprendido de su caída. A lo largo de nuestra historia, Estados Unidos ha visto desafíos a la libertad, y todas y cada una de las veces, hemos visto a la libertad triunfar con sacrificio y decisión.

Al inicio de este siglo que comienza, Estados Unidos anhela que llegue el día en que los pueblos del Oriente Medio dejen el desierto del despotismo por los fértiles jardines de la libertad, y retomen el lugar que les corresponde en un mundo de paz y prosperidad. Anhelamos que llegue el día en que las naciones de esa región reconozcan que su mayor recurso no es el petróleo bajo su suelo, sino el talento y creatividad de su pueblo. Anhelamos que llegue el día en que las madres y los padres en todo el Oriente Medio vean un futuro de esperanza y oportunidad para sus hijos. Y cuando ese día anhelado llegue, las nubes de la guerra se disiparán, el radicalismo habrá perdido su atractivo y nuestros hijos heredarán de nosotros un mundo mejor y más seguro.

En este solemne aniversario, volvemos a comprometernos con esta causa. Nuestra nación ha pasado por muchas pruebas y nos espera un difícil camino por delante. Ganar esta guerra requerirá los esfuerzos decididos de un país unido. Por lo que debemos poner de lado nuestras diferencias y trabajar juntos para hacerle frente a la prueba que la historia nos ha presentado. Venceremos a nuestros enemigos. Protegeremos a nuestro pueblo. Y llevaremos al siglo XXI a la resplandeciente era de la libertad humana.

A principios de este año, fui a la Academia Militar de Estados Unidos (United States Military Academy). Estuve allá para pronunciar el discurso de graduación ante la primera promoción que llegó a West Point tras los ataques del 11 de septiembre. Ese día conocí a una mamá orgullosa llamada RoseEllen Dowdell. Estaba allá para ver a su hijo Patrick aceptar su comisión en el mejor ejército que el mundo ha visto jamás. Unas semanas antes, RoseEllen había visto a su otro hijo, James, graduarse de la Academia de Bomberos (Fire Academy) en la ciudad de Nueva York. En ambas fechas, tuvo en sus pensamientos a alguien que no estaba allí para compartir el momento: a su esposo, Kevin Dowdell. Kevin fue uno de los 343 bomberos que se apresuraron hacia las torres que ardían en el World Trade Center el 11 de septiembre, y nunca volvió a casa. Sus hijos perdieron a su padre ese día, pero no la pasión por el servicio que inculcó en ellos. He aquí lo que RoseEllen dice acerca de sus muchachos, "Como madre, cruzo los dedos y rezo todo el tiempo por su seguridad, pero a pesar de lo preocupada que estoy, también estoy orgullosa, y sé que su papá también lo estaría".

Es una bendición que nuestra nación tenga a dos jóvenes estadounidenses como éstos, y los necesitaremos. Enemigos peligrosos han declarado su intención de destruir nuestra forma de vida. No son los primeros en intentarlo, y su destino será el mismo que el de aquéllos que lo intentaron anteriormente. El 11 de septiembre nos mostró por qué. La intención detrás de los ataques era ponernos de rodillas, y lo hicieron, pero no de la manera en que los terroristas se lo proponían. Los estadounidenses unidos en oración, acudieron a la ayuda de sus vecinos necesitados y decidieron que nuestros enemigos no tendrían la última palabra. El espíritu de nuestro pueblo es la fuente de la fuerza de Estados Unidos. Y seguimos adelante con confianza en ese espíritu, confianza en nuestro propósito y fe en un Dios afectuoso que nos creó para que fuéramos libres.

Gracias, y que Dios los bendiga.

END

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