The White House
President George W. Bush
Print this document

Para Su Publicación Inmediata
Oficina del Secretario de Prensa
11 de octubre de 2001

Declaraciones por El Presidente Durante la Ceremonia de Recuerdo en el Departamento de Defensa
El Pentágono
Arlington, Virginia

11:55 A.M. EDT

EL PRESIDENTE: Sírvanse tomar asiento. Presidente y Senadora Clinton, gracias a todos por estar aquí. Hemos venido aquí para rendir homenaje a 125 hombres y mujeres que murieron sirviendo a los Estados Unidos. También recordamos a los 64 pasajeros en un avión secuestrado; aquellos hombres y mujeres, niños y niñas quienes cayeron en manos de malvados, y también murieron aquí hace exactamente un mes.

El 11 de septiembre, un gran pesar afligió a nuestro país. Y de ese pesar ha surgido mucha resolución. Hoy, somos una nación consciente de la maldad del terrorismo y decidida a destruirlo. Esa labor se inició en el momento que fuimos atacados; y continuará hasta que se haga justicia.

Los estadounidenses están volviendo, como debemos hacerlo, a las tareas normales de la vida. (Aplauso.) Los estadounidenses están volviendo, como debemos hacerlo, a las tareas normales de la vida. Pero sabemos que si perdió un hijo o hija acá, o a un esposo, o a una esposa, o a mamá o papá, que la vida nunca será la misma. La pérdida fue repentina, y dura, y permanente. Tan difícil de explicar. Tan difícil de aceptar.

Tres escolares viajaban con su profesora. Un general del ejército. Una analista de presupuestos que se presentó a trabajar aquí durante 30 años. Un capitán de corbeta en la Reserva de la Marina quien dejó una esposa, un hijo de cuatro años, y otro niño en camino.

Una vida afecta tantas otras. Una muerte puede causar tanto pesar que parece casi insufrible. Pero a todos ustedes que perdieron a alguien aquí, quiero decirles: No están solos. El pueblo estadounidense nunca se olvidará de la crueldad que cometió aquí y en Nueva York, y en los cielos sobre Pennsylvania.

Nunca nos olvidaremos de toda la gente inocente que fue matada por el odio de unos cuantos. Sabemos de la soledad que sienten con su pérdida. Toda la nación, toda la nación comparte su tristeza. Y rezamos por ustedes y sus seres queridos. Y siempre rendiremos homenaje a su memoria.

Los secuestradores fueron instrumentos del mal quienes murieron en vano. Detrás de ellos se encuentra un culto del mal que procura dañar a los inocentes y goza del sufrimiento humano. La suya es crueldad del peor tipo, crueldad que es alimentada, no debilitada, por las lágrimas. La suya es violencia del peor tipo, malicia pura, que a la vez pretende tener la autoridad de Dios. No podemos entender plenamente los designios y el poder del mal. Basta saber que la maldad, así como la bondad, existe. Y entre los terroristas, el mal ha encontrado un sirviente deseoso.

En Nueva York, los terroristas escogieron como su objetivo un símbolo de la libertad y confianza de los Estados Unidos. Aquí, atacaron un símbolo de nuestra fuerza en el mundo. Y el ataque contra el Pentágono de ese día fue más simbólico de lo que pensaban. Fue otro 11 de septiembre -- el 11 de septiembre de 1941 -- que se inició por primera vez la construcción de este edificio. Estados Unidos apenas estaba consciente entonces de otra amenaza: El terror Nazi en Europa.

Y esa misma noche, el Presidente Franklin Roosevelt se dirigió a la nación. Hacía mucho tiempo que el peligro, advirtió, había dejado de ser apenas una posibilidad. El peligro está acá ahora. No sólo en un enemigo militar, sino en un enemigo de toda ley, toda libertad, toda moralidad, toda religión.

Para nosotros, en el año 2001, también ha surgido un enemigo que rechaza todos los límites de la ley, la moralidad y la religión. Los terroristas no tienen un verdadero hogar en ningún país, o cultura o fe. Moran los rincones oscuros de la tierra. Y allí los encontraremos.

Esta semana, he llamado -- (Aplauso) -- esta semana, he llamado a las Fuerzas Armadas a la acción. Uno por uno, estamos eliminando los centros del poder del régimen que protegen a los terroristas de al Qaeda. Le dimos a escoger al régimen: Entreguen a los terroristas, o enfrenten su ruina. No escogieron sabiamente. (Aplauso.) El régimen Talibán no ha producido nada, excepto temor y miseria, para el pueblo de Afganistán. Estos gobernantes se llaman a sí mismos santones, aún con su historial de obtener dinero del tráfico de la cocaína. Se consideran a sí mismos píos y devotos, mientras que someten a las mujeres a una brutalidad feroz.

El Talibán se ha aliado a los asesinos y les dio albergue. Pero hoy, para al Qaeda y el Talibán, no existe albergue. (Aplauso.) Tal como lo hicieron los estadounidenses hace 60 años, hemos emprendido una lucha de duración indeterminada. Pero ahora, como entonces, podemos estar seguros del resultado, porque tenemos un sinnúmero de valores críticos.

Somos un país unificado. Tenemos la paciencia para luchar y ganar en muchos frentes: Bloqueando los planes de los terroristas, apoderándonos de sus fondos, arrestando a sus redes, interrumpiendo sus comunicaciones, oponiendo a sus patrocinadores. Y contamos con otro grandioso valor en esta causa: Los valientes hombres y mujeres de las fuerzas armadas de los Estados Unidos. (Aplauso.)

Desde mis primeros días en este cargo, he percibido y visto el sólido espíritu de las Fuerzas Armadas. Lo vi en Fort Stewart, Georgia, cuando pasé revista a las tropas como Comandante en Jefe por primera vez, y examiné los rostros de soldados orgullosos y determinados. Lo vi en Anápolis el día de la graduación, en Camp Pendleton en California, en Camp Bondsteel en Kosovo. Y he visto este espíritu en el Pentágono, antes y después del ataque contra este edificio.

Han respondido a una gran emergencia con calma y valentía. Y por eso, su país los honra. Un Comandante en Jefe debe saber, debe saber que puede contar con la habilidad y la buena disposición de hombres y mujeres de armas en todos los puntos de la jerarquía. Me han dado esa certidumbre.

Y yo les hago estos compromisos. La herida de este edificio no será olvidada, pero será reparada. Ladrillo por ladrillo, reconstruiremos el Pentágono rápidamente. (Aplauso.) En las misiones que las fuerzas armadas tienen por delante, tendrán todo lo que necesiten, todos los recursos, todas las armas -- (Aplauso) -- todos los medios para garantizar la victoria absoluta para los Estados Unidos y la causa de la libertad. (Aplauso.)

Y les prometo que Estados Unidos nunca se dará por vencido en esta guerra contra el terror. (Aplauso.) Habrá momentos de acción rápida y dramática. Habrá momentos de progreso constante y silencioso. Con el tiempo, con paciencia y precisión, los terroristas serán perseguidos. Serán aislados, rodeados, acorralados, hasta que no haya dónde correr, ni esconderse, ni descansar. (Aplauso.)

Como el personal militar y civil en el Pentágono, son un aspecto importante de la lucha que hemos emprendido. Ustedes conocen los riesgos de su profesión, y los han aceptado voluntariamente. Creen en su país, y nuestro país cree en ustedes. (Aplauso.)

A la vista de este edificio está el Cementerio de Arlington, el lugar de descanso final para muchos miles quienes murieron por nuestro país a través de las generaciones. Los enemigos de los Estados Unidos de Norteamérica ahora han añadido a estas tumbas, y desean añadir más. A diferencia de nuestros enemigos, valoramos todas las vidas, y nos acongojamos por cada pérdida.

No tenemos miedo. Nuestra causa es justa, y digna de sacrificio. Nuestra nación es fuerte de corazón, firme en el propósito. Inspirados por toda la valentía que ha tenido lugar anteriormente, enfrentaremos nuestro momento y prevaleceremos. (Aplauso.)

Que Dios los bendiga a todos, y que Dios bendiga a los Estados Unidos. (Aplauso.)

                             END            12:08 P.M. EDT


Return to this article at:
/news/releases/2001/10/text/20011011-1.es.html

Print this document